La muerte de Erick Torbellín, un niño de tan solo 13 años, tras participar en un campamento militar de tres días en la Academia Militarizada Ollín Cuauhtémoc, ha generado una profunda indignación y una ola de denuncias por presuntos maltratos y torturas al interior de instituciones militares en México.
La familia del menor relata con dolor cómo Erick ingresó al campamento con entusiasmo y plena salud, pero dos días después, su madre, Erika Torbellín, recibió una llamada telefónica con una escalofriante noticia. Una teniente le informó que su hijo presentaba «un poquito mal sus signos vitales» y le solicitó que acudiera a recogerlo.
A pesar de la gravedad de la situación que se ocultaba tras esas palabras, Erika Torbellín acudió al lugar con la esperanza de encontrar a su hijo con vida. Sin embargo, al llegar, se encontró con la desgarradora realidad: Erick ya había fallecido.
La familia asegura que la muerte del menor fue consecuencia directa de una brutal golpiza sufrida durante el curso militar. Esta denuncia ha resonado con fuerza en la sociedad mexicana, destapando una veintena de testimonios que critican severamente las prácticas disciplinarias y de entrenamiento empleadas por el Ejército, señalando casos de maltrato físico y psicológico que rozan la tortura.
La indignación pública ha crecido exponencialmente, exigiendo una investigación exhaustiva y transparente por parte de las autoridades competentes para esclarecer las circunstancias exactas de la muerte de Erick y determinar las responsabilidades correspondientes. La sociedad civil y organizaciones de derechos humanos han levantado la voz para que se ponga fin a cualquier forma de abuso dentro de las instituciones militares y se garantice la protección de los jóvenes que participan en este tipo de actividades. Este trágico caso ha abierto un debate crucial sobre los límites de la disciplina militar y la necesidad de salvaguardar la integridad de los ciudadanos en todo momento.
